Pacay: un fruto con más de 11 000 años de historia en el Perú
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El fruto con un sinfín de propiedades se remonta hasta la época más antigua de la historia peruana, donde nuestros ancestros se rendían ante su sabor. Aquí compartimos todo sobre este peculiar producto.
El pacay, también conocido como pacae, guaba, guamo o inga, es una leguminosa presente en nuestro país desde hace muchísimos años. Para el siglo XVII, su valor era importante por su pulpa blanca y suave como el algodón.
El pacay posee una vaina dura y mide entre 3 cm y 5 cm de largo. Puede ser de colores, desde el amarillo oscuro o incluso verde. Además, contiene mucha agua en su pulpa. Y su pepa es lisa, dura y de color negro.
Este fruto se puede encontrar en diferentes países de la región, principalmente en el Perú, Colombia, Argentina, Bolivia y algunas partes de Centroamérica. Su origen andino se remonta a la época de nuestros ancestros incaicos. El pacay, que crece cerca de la orilla de ríos o en bosques, es muy apreciado por su facilidad para adaptarse a condiciones climáticas tropicales
Respecto a sus características, destaca mucho por su bajo valor calórico: tan solo 52 calorías por cada 100 gramos. Contiene no solo las vitaminas A, B y C, sino también la vitamina pro A. Esta es particularmente especial, porque permite reforzar la producción de la vitamina A, que mejora y protege el sistema inmunológico.
Por sus propiedades antioxidantes, este fruto es admirado y altamente deseado en varias partes del mundo. El pacay permite controlar los niveles altos de colesterol. Esto significa que puede aliviar algunos malestares causados por la migraña. Sin embargo, a pesar de tener un sabor muy dulce, tiene propiedades que le permiten balancear los niveles de azúcar, gracias a ser una fuente de proteínas y fibras. Adicionalmente, puede prevenir problemas cardíacos por sus propiedades antioxidantes, que actúan directamente en el corazón.
DATO CURIOSO
En 1531, durante su expedición al Perú, Francisco Pizarro encontró pacaes en la bahía de San Mateo, ubicada en Trujillo. Se cuenta que Atahualpa regaló a Pizarro un cesto con cantidades de esta fruta porque eran de sus favoritas.