Te explicamos todo sobre los trajes de la diablada, uno de los bailes típicos de la cultura peruana
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La danza de la diablada es testimonio del sincretismo que define a la cultura peruana. Es el encuentro entre la milenaria tradición de los huari y el cristianismo, cuyos propios mitos encontraron aquí nuevos significados. Es la vicuña, animal sagrado, y el diablo católico, representados en máscaras, bailes y vestimentas.
“Fue la cruz católica la que motivó la simbiosis del antiguo danzarín. El diablo occidental, con la visión de Mefistófeles, ingresó en la mentalidad de los nativos. La explotación de la plata en la serranía orureña condicionó a los mitayos para que ingresen al fondo de las minas, y construyeran la imagen del protector y dueño de las riquezas del subsuelo”, explica el historiador boliviano Fabrizio Cazorla Murillo.
La diablada es la representación del dios protector de las profundidades y, a la vez, un agradecimiento a la Pachamama por parte de los pueblos mineros del altiplano que compartimos con Bolivia. Como historia, surgió del relato de los siete pecados capitales que los sacerdotes trajeron consigo durante la Colonia y que se desarrolló con los siglos hasta nuestros días.
Se trataba de una dramatización que ayudó a evangelizar a las comunidades, en la que los personajes del arcángel Miguel, Lucifer, Satanás, China Supay y la legión de los diablos con los siete pecados capitales organizaban un baile. Con los siglos, aparecieron personajes como el Oso Jukumari y el Cóndor, que enriquecieron la danza por su íntima relación con la fauna del altiplano.
Originalmente, la diablada era practicada solo por hombres, pero durante el siglo XX aparecieron las “diablesas”, surgidas de la complementariedad de los opuestos de la cultura andina, y las “chinas diablas”, que completan el elenco actual de esta tradicional danza.
¿QUÉ SIGNIFICAN LOS TRAJES DE LA DIABLADA?
Existen algunos elementos que comparten todos los personajes de la diablada. El más representativo es la máscara, cuyos detalles, de acuerdo con Luis Bullaín Rengel, representan “la majestad, la personalidad maligna”, mientras que los sapos, lagartos y culebras sobre la cabeza “son el mar de ideas e intenciones que el demonio pondrá en práctica para sojuzgar a las almas”.
La pechera, fabricada con hilo de Milán, se luce como una insignia. También el pollerín y los pañuelos hacen las veces de un “aura diabólica”, así como una reminiscencia de las llamas del averno, según Bullaín. Por su parte, la faja de monedas es la generosidad del diablo hacia las almas que lo siguen, pero también la avaricia de los mineros. El brillo de esta pieza expresa el brillo del metal de la plata extraída de las minas.
El traje del diablo es la excepción. Su naturaleza, el acabado artístico y su opulenta simbología son signos de una manifestación cultural que es parte del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
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