La Danza de las Tijeras, el baile típico más extremo del folklore peruano
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Es un baile que exige fortaleza, ingenio y destreza. También resistencia y ritmo. En combates entre cuadrillas que pueden durar horas, la Danza de las Tijeras pone a prueba a sus intérpretes en un ritual extremo y competitivo. Conoce todo sobre este baile de nuestro folklore peruano.
Son bailarines preparados para todo. Saben que no solo la destreza y la resistencia serán necesarios, sino atreverse a llegar a extremos como caminar sobre fuego o pincharse el cuerpo con agujas y cables. La Danza de las Tijeras es una demostración de talento, pero a la vez de resistencia al dolor.
Según la tradición, dos cuadrillas, que incluyen a un “Danzaq”, un violinista y un arpista, se enfrentan por turnos, retándose a superar el riesgo de los pasos que realiza cada uno, al ritmo de dos hojas de metal pulimentado, parecidas a las de una tijera, que los bailarines hacen sonar constantemente con su mano derecha.
Se trata de una antigua tradición que se remonta a los tiempos de los Chankas, quienes dominaron las regiones de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac hasta la llegada de los Incas y está relacionada a las fiestas agrícolas de estas regiones. En esa época nuestros ancestros danzaban en honor a la Fiesta del agua para rendir tributo a la Pachamama, con el fin de recibir energía y prosperidad en la comunidad. Actualmente se danza en distintas fiestas entre abril y diciembre.
PRODUCTO DEL SINCRETISMO
La Danza de las Tijeras se expresa como una competencia entre comunidades y suele durar varios días. El primer día, el Anticipo, las cuadrillas llegan al pueblo y a medianoche, en secreto, hacen un pago en la plaza. Al segundo día, la Víspera, desfilan por las calles y bailan en contrapunto al ritmo de pasacalles desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la noche.
Durante el Día Central, los danzantes hacen sus pruebas más extremas: números de magia, traspasarse con agujas y espinas o hacer demostraciones de equilibrio sobre las torres de las iglesias son parte de la tradición. Al cuatro día, el Cabildo, vuelven a bailar todo el día y al quinto, el Despacho, vuelven a sus pueblos.
Los intérpretes de esta danza ancestral van vestidos con ropas que representan el sincretismo religioso entre el cristianismo de los españoles y la tradición andina. Son atuendos bordados con franjas de colores, lentejuelas y espejos, además de un gran sombrero colorido llamado Montera o Luqu. Según la tradición, las ropas son producto de un pacto con el demonio.
Para entender esta relación debemos remontarnos a la conquista, cuando los ancestros de los actuales danzantes de tijeras, los “Tusuq Laykas”, sacerdotes, adivinos y curanderos prehispánicos empezaron a ser considerados como “Supaypa Wawan” o “hijos del demonio” por la Iglesia Católica y perseguidos. Tras años de refugiarse en las zonas altoandinas, poco a poco el sincretismo permitió que ambas corrientes convergieran y que la Danza de las Tijeras formara parte de fiestas patronales, rindiendo homenaje, también, al Dios Cristiano.
UNA TRADICIÓN ORAL DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN
Los conocimientos físicos y espirituales implícitos en la Danza de las Tijeras se transmiten oralmente de maestros a alumnos. “Es una tradición, una herencia familiar de mis abuelos, una costumbre de mi familia, que está ligada a la danza de tijeras. Toda mi familia está involucrada en estas tradiciones del pueblo de mi abuelo, de Andamarca, en la región Ayacucho. Mis padres me llevaban a los lugares donde se presentaban. Desde pequeña he estado en este entorno” cuenta Iris Quispe, la primera mujer en formar parte de la asociación más antigua de Danza de las Tijeras, en una entrevista.
En 1995, la Danza de las Tijeras fue integrada dentro del Patrimonio Cultural de la Nación y, desde 2010, la Unesco la declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad.
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